lunes, agosto 22, 2005

Las manos de mi abuelo

Pues resulta que entre los años de 1942 y 1964, el gobierno mexicano tuvo la grandiosa y magnífica idea de hacer el Programa Bracero, este consistía como muchos de ustedes saben en que los campesinos mexicanos trabajaran en los Estados Unidos Norteamericanos, debido a que en el país vecino por la guerra no había suficiente mano de obra, fue así que durante todos esos años casi 4 millones y medio de trabajadores mexicanos prestaron sus servicios a este país, olvidando el campo mexicano y haciendo grande y poderoso el campo Estadounidense.

Las condiciones en las que iban eran totalmente diferentes a las actuales, en primera antes de llegar se les hacía un par de exámenes los cuales consistían en responder una serie de preguntas acerca del campo, se les revisaba las manos para medir su experiencia en callos, tenían un contrato de trabajo que aunque no era el mas justo por lo menos los protegía en varios aspectos como el que no podían ganar menos de lo que ganaba en ese entonces un trabajador gringo en el mismo empleo, horarios y tipo de trabajo, también se hizo un fondo de ahorro para todos ellos por el cual después de 50 años siguen peleando para que se les de su dinero, ya que algún vivales se lo robo, este fondo era opcional por eso hay algunos que ya no pelean.

Todos iban a la pizca de Algodón en California, uno de los trabajos mas desgastantes, no podían ir a otro lado, les daban un pasaporte de brasero en el cual se especificaba el tiempo que podían estar ahí, las condiciones de vida y el trato no eran muy buenas pero casi estoy segura que un poco mejor que ahora. El racismo y la sobreexplotación estaban a la orden del día, es que si nos trataban igual que los negros, porque en ese entonces a ellos también se les trataba mal, los mexicanos y los negros no eran recibidos en restaurantes y hoteles, ni en muchas mas tiendas.

Pues ante lo antes dicho les cuento la historia; era el año de 1955 ó 1956 según mis cálculos, mis abuelos recién casados y ya con un crío que alimentar y uno por venir, en ese entonces vivían en el barrio de San Juan, Xochimilco, Distrito Federal, en un cuarto de una vecindad, mi abuelo trabajaba desde entonces como conserje de una escuela. El tío de mi abuela era diputado, y un buen día se les ocurrió animar a sobrinos, primos, amigos, etc. a inscribirse en el Programa Bracero, no fué con mala intensión las cosas en papel se veían hermosas, en México la paga era poca y las oportunidades menos así que mi abuelo al ver la familia creciendo y las necesidades que se avecinaban decidió irse, junto con los hermanos de mi abuela.

El pequeño problema es que mi abuelo no era campesino, el pueblo donde vivía Santa Cecilia es árido solo tenía en ese entonces dos pozos, así que las tierras no eran optimas para el cultivo, por lo cual la familia tenían ganado caprino, hacían queso, pelaban ovejas y tenían vacas, todo lo cual se perdió por otra historia que algún día les contare. Eso no quiere decir que mi abuelo no supiera hacer las cosas del campo, sino que en verdad no tenía la experiencia de los hermanos de mi abuelo que son de San Mateo, donde hay más agua y más bosque lo cual da como resultado más agua.

Mi abuelo decide a irse, en lo cual mi abuela no estuvo nada deacuerdo, no se si por el miedo de quedarse sola con dos crios, uno de ellos mi padre, por que adoraba a mi abuelo y no podía vivir sin verlo un día, o por el temor de que se fuera para siempre. A mi abuelo no le importaron las súplicas y un buen día tomo alguna ropa y se fue rumbo a Guadalajara que es donde estaba uno de los Centros de Reclutamiento. Dice mi padre que aún recuerda que mi a abuela le dijo “ve alcanza a tu papá y dile que no se vaya” mi padre corrió y lo alcanzó en la calle, pero mi abuelo le decía “Quitaté déjame caminar! Que ya me voy” mi padre, ante lo inevitable, con lágrimas en los ojos lo dejo ir.

Mi abuelo llegó a Guadalajara, el como no he preguntado, todo esto lo escribo de la información encontrada y lo que he escuchado creo que el preguntar es doloroso para ellos, y llegó al Centro de Reclutamiento el trámite era sencillo la primera entrevista sin problemas, las segundo era pan comido, pero la tercera donde mostraba las manos, se dieron cuenta que no tenía callosidades en las manos, de esas que solo la yunta puede dar. Así que regreso a Xochimilco, con mi abuela y mi padre.

Trabajo duro en la escuela, consiguió otro trabajo por las tardes, mi abuela criaba puercos y gallinas para vender, los fines de semana mi abuelo sembraba maíz en un terreno en Santa Cecilia, mi papá iba con él a ayudarle. Se compró una casa, después siguió trabajando, todos mis tíos y mi padre hicieron una carrera profesional. Le demostraron al mundo que ellos podían seguir adelante, siempre adelante. Admiró a mi abuelo, si se lo hubieran admitido pues no se que sería de la familia, a lo mejor tendría tíos que hablaran muy bien el inglés, a lo mejor mi padre nunca hubiera estudiado y yo no sería lo que soy ahora, a lo mejor ni siquiera hubiera existido, las posibilidades son tantas que es mejor no mencionarlas, solo les cuento la historia, una de tantas, una que a mi manera de ver corrimos con suerte solo porque mi abuelo no tenía callos en las manos de esos que sola la yunta puede hacer.

Las manos de mi abuelo son como las mías, morenas y de dedos largos, yo no las conocí duras, siempre tenían para mi una agradable caricia y en sus brazos siempre encontraba protección, con sus manos hace una hermosa letra, con ellas me enseño a comer dulces, esas manos que sabían lanzar un veinte al aire, jugar al balero, lanzar el trompo y echar a bailar el yoyo como ninguno, esas manos que construyeron el columpio en la higuera del cual me caí cien veces, esas manos que se robaban los Golletes de la ofrenda de muertos para que yo al desayunar los sopeara con leche, esas manos que preparaban los mejores huevos estrellados con tocino del mundo, esas manos que en un auto Dart color café podían manejar hasta el fin del mundo, esas manos que ahora se ven a afectadas por principios del mal de parkinson, por esa manos que en el momento que cuando yo las conocí ya tenían algunas callosidades, estoy aquí, contándoles esta historia.

Gracias Papá Chele por regresar y olvidar el sueño americano, gracias por quedarte en tu casa con tus hijos y enseñarles lo que era la familia, lo que se debía querer a los hijos, lo que debía ser un hombre de bien.

Gracias por quererme tanto.

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